Llevo años deseando comprarme un chester. Me encanta. Es uno de esos muebles maravillosos que no necesitan nada más (a mi entender, ni siquiera cojines), porque lo dicen todo simplemente estando ahí. Siempre he creído que es un objeto que destila elegancia, pureza y un cierto aire sofisticado, como de tertulia literaria de las de antaño. 

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Sin embargo, seamos honestos, no es el sofá más cómodo del mundo. Y es que de hecho, originariamente nunca aspiró a serlo. ¿Cómo es posible eso en un sofá? Pues bien, para empezar, porque el primer Chester no fue un sofá, sino una butaca. Hay varias leyendas en torno a sus orígenes, pero la más aceptada y repetida cuenta que el cuarto Conde de Chesterfield (en Inglaterra), estaba cansado de ver cómo en las tertulias sus honorables compañeros sufrían escurriéndose en sus asientos mientras sus uniformes militares o sus trajes de etiqueta se arrugaban haciéndoles perder prestancia y gallardía.

El Conde decidió entonces encargarle a un ebanista un asiento que obligara a quien lo utilizara a mantener la espalda erguida. El artesano diseñó y construyó un butacón robusto, de patas bajas, con respaldo y brazos a la misma altura. Lo tapizó de cuero y le cosió a mano unos grandes botones cuyo único objetivo era hacer el asiento deliberadamente más incómodo, para abreviar las visitas.

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No sabemos si los invitados del Conde captarían la indirecta, pero parece que su ahijado, el diplomático Solomon Dayrolles, no quedó muy feliz al recibir el butacón como herencia tras la muerte de su mentor. Solomon nunca se imaginó que aquel pesado e incómodo butacón, que se llevó a regañadientes de la casa del Conde, se convertiría en la estrella de su living y que pronto todas sus visitas se desharían en halagos al verlo. Tanta fama y admiración alcanzó el sofá del Conde de Chesterfield, que los nobles y aristócratas ingleses comenzaron a copiarlo, para sus propios salones y clubes de tertulia. 

Unos años después su nombre se había abreviado a “Chester” y los botones pasaron de ser un elemento incómodo a un sello característico y seguramente el más apetecido. El cuero añejado por la pátina del tiempo fue sin duda el detalle definitivo que lo convirtió en una obra maestra atemporal.

Han pasado los años y cada década ha ido dejando su marca en los Chester: los tamaños han cambiado, las posibilidades en tapizados son infinitas y ahora ya (¡por fin!) son hasta cómodos. Fíjate en estas versiones más modernas:

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Hoy el resurgimiento nostálgico de lo retro y vintage ha vuelto a poner al sofá Chester en primera línea.

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Y además de estos estilos, el Chester ha sabido integrarse en otros, como el industrial, que le ayuda a conservar esa onda masculina, más parecida a la de sus orígenes.

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Seguro que también los has visto en ambientes minimalistas, un poco más femeninos y chic.

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Y es que el Chéster ya no es el sofá aburrido de antaño, hoy es el elemento perfecto para completar una decoración cuidada. ¿Quieres ver algunos ejemplos más? 

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